Mi mujer me compró un peso. Sí, un artefacto que te dice con cruel precisión cuantos kilos te sobran. Y podría decir que lo compró para la casa, que efectivamente se pesaron los niños y ella. Pero la mirada que me echó me decía "a ver si te enteras que estás bien cebado y te pones a hacer algo de dieta y de deporte".
Así que tuve que pasar por la vara de medir y voalá... los 100 kilitos se quedaron clavados como un dedo acusador... me dije a mi mismo "tierra tragamé" y efectivamente con estas hechuras no me extrañaría que un día acabe en las entrañas de la tierra.
A la semana y media después...
Promesas, arrenpentimiento, alcachofas, lechuga (dos veces, joder), miradas tristes al bocata de chorizo del Román.. me peso y jajaja, he perdido 5 kilos. Me veía mejor, más ágil, como que me abrochaban mejor los pantalones, como que habia cambiado mi suerte...
Lo que una maravillosa vara de medir puede hacer, nos esclaviza, nos condiciona, nos obliga, nos acusa, nos aguarda expectante hasta la próxima... y nos ayuda a ser conscientes...
A la semana siguiente volví a pesarme... 78 Kilos... imposible. Resulta que el puñetero peso se había roto... había durado nada, dos semanas (prefiero no decirlo, pero ¿lo habré reventado?).. resulta que me peso en la farmacia de siempre y oh susto, 300 gramos más de aquellos 100 kilos del primer día..
Me siento pesado, los pantalones no me encajan, me cuesta hasta subir las escaleras... Ilusión vana... Al final, hay que recurrir a los clásicos: el hombre es la medida de todas las cosas...
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