Estos días ando leyendo Manhattan Transfer, uno novela sobre el Nueva York de principios del siglo XX y paradigma del capitalismo. He leído mucho, al hilo de las situaciones de la novela, sobre el cambio que se produjo en lo que llamamos revolución industrial.
De una sociedad más agraria, pegada a la tierra, pasamos a las urbes, a los barrios miserables y el trabajo en las fábricas, al taylorismo.. en una travesía del desierto, que tenemos que reconocer, nos ha llevado a una parte de este mundo a un estado de educación, salud, alimentación y en definitiva bienestar impensable en siglos precedentes. Muchos cadáveres quedaron en el camino en nombre de este progreso y muchos más los que seguimos dejando, porque para que unos vivamos bien, otros se siguen muriendo de hambre y de enfermedades ya superadas por aquí (esto que se llama eufemísticamente subdesarrollo).
Podríamos poner muchos peros a este capitalismo, pero hay una reflexión que me ha resultado contundente: después de todo este progreso, somos más infelices.
Vivimos estresados, enfadados, con prisas, sin tiempo para nada, con unos hijos a los que educamos como podemos y que no disfrutamos todo lo que deberíamos, sorprendentemente a pesar de nuestra mejor educación, de nuestra maravillosa lavadora, el frigorífico, nuestra ya imprescindible televisión... ni todos los adelantos del mundo, nos sirven de consuelo.
Ni el internet, ni las redes sociales, ni el facebook, ni los blogs sustituyen el vacío de la soledad de la anónima ciudad, la cada vez más nuclear y distante familia, la falta de amigos, de estos de los de verdad que no te fallarán en la vida.
Cuanto más tenemos, menos valor le damos, y cuanto menos valor sentimos más queremos tener para hallar una solución al vacío. Así, hasta se habla de problemas psicólogicos relacionados con la compra impulsiva, con un efímero entusiasmo que se apaga conforme la tarjeta hace titilar la máquina registradora.
Quizá estamos en el momento, cuando vemos que la crisis es como un tsunami que se lo va a llevar todo por delante (lo peor está por llegar, no hagan caso de las chuflas que nos quieren vender), de comenzar a pensar en los valores, en dar más que tener, en ser más que parecer, en estar más que observar.
Pero, ¿Cuál es la alternativa? Del comunismo mejor no hablamos, que como solución ya tuvo su crisis y su fracaso estrepitoso.. y de la religión institucionalizada, esa que llama a los feligreses rebaño y a los que mandan pastores (que analogía más certera), mejor tampoco.
Quizá sea la hora de que todo este movimiento ciudadano, donde se mezcla el compromiso social, el respeto al medio ambiente, una manera diferente de comerciar, donde no hay diferencias de género, donde se repeta al diferente y se acepta su cultura... quizá sea la hora... habrá que comenzar a desempolvar y revisar seriamente la Carta de los Derechos Humanos.. y a partir de ahí seguimos hablando.
Otro mundo es posible, yo ya diría, que otro mundo es imprescindible. Este nos hace a todos infelices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario