La muerte

El lunes hace ya cuatro años que vino la muerte a visitarme. Ajeno a ella, apenas había tocado mi micromundo. Sí, habían fallecido mis abuelos, pero eso, aunque doloroso, uno lo racionaliza porque forma parte de la vida, porque los ves agotándose y en cierto modo es una liberación cuando eres consciente de que el tiempo y la vejez les había agotado.

Pero el 27 de julio de 2005 todo cambió. Y de ello vinieron después la necesidad de cambio, las crisis de ansiedad, los pensamientos tristes y las noches en vela. La poderosa e inevitable muerte que ha creado religiones, que ha acabado con genios y tiranos, con pobres y ricos, llamó a mi puerta.

Ese día uno empieza a darse cuenta lo poco que valemos, lo poco que somos, lo insignificante y pasajera que es nuestra vida. Que todos vamos a acabar en algún momento, que la vida está para vivirla, que hay que espabilar porque esto se acaba el día menos pensado.

Aún me cuesta sonreir, la vida es más gris desde que se fue mi niña. Hay que seguir, aunque de vez en cuanto te venzan, como ahora, las lágrimas.

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