Aprovechando que me han regalado y estoy empezando a hincar el diente a la celebérrima trilogía de Stieg Larsson, tomo prestado el nombre de su primera novela para parafrasear, como título de una reflexión que lleva días rondándome la cabeza.
Quizá porque dejar de fumar no solo te agudiza, o te recupera de las catacumbas, el olfato y el gusto, si no algunas cosas más, estoy últimamente más observador, incluso diría que más estupefacto con lo que me sucede alrededor.
EStos días, con el inicio de la escuela, he podido reencontrarme con muchos niños, hijos de conocidos, compañeros de mi hijo del cole. Y hay algo que me ha llamado la atención, veo muchos niños tristes.
No, no se trata de una situación puntual de fastidio por tener que ir al colegio o de irritación porque me han quitado la pelota en el parque, es una expresión en su cara cuando están pensativos o cuando están observando a los demás.
Voy a aventurarme a realizar una hipótesis, veo niños más tristes cuanta menos comunicación tienen con sus padres, cuanto más desapego muestran. Son muchas las escenas curiosas (y diría que furiosas) que he percibido estos días, padres que lanzan órdenes como cuchillos, niños que apenas responden porque no van a ser escuchados. Y sobre todo, una continua sensación de que cada vez que el niño abre la boca ya me está fastidiando.
Si os fijáis son muchos los adultos, sobre todo hombres, que no se dirigen a los niños, como si no existieran, que no los saludan, que no les hacen el más mínimo gesto que muestre que han detectado su presencia. Como voy con mis hijos a todos lados, lo constato con frecuencia.
Por mi parte, no lo comprendo. A mi me gusta bromear con ellos, preguntarles por como les va en el cole, de que equipo son, a qué les gusta jugar... quizá porque pienso que tienen el secreto de la espontaneidad y la sinceridad que nosotros, los adultos, hace tiempo que hemos olvidado entre tanta tontería. Y lo peor, estamos empezando a rodearlos de tantos valores individualistas y materialistas que cada vez les queda menos margen para sostener su inocente alegría
Un niño mirando atolondradamente una maquinita durante y horas y horas, o la tele, o lo que sea... eso sí, no molesta.. aunque en su mirada se adivine una profunda tristeza
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